Con este artículo, doy cierre a los cuatro realizados justo antes de éste y cumplo la promesa que le di a algunos de mis lectores, entre ellos a quién me indicó, muy amablemente:
«Hola Partner, buenos tips en tu artículo, me deja esperando ese dónde compartas que te hace estar súper seguro de que los líderes nacen y no se hacen…»
Disfruto mucho de los desafíos y por ello me gustaría poder cumplir con la expectativa planteada; no para convencer sino más bien para abrir un espacio de reflexión inteligente, donde se consideren mis argumentos como válidos, por lo menos. Sólo con eso me consideraré satisfecho.
Este artículo lo voy a presentar en dos partes con el objeto de mantenerme fiel al formato corto acordado en este Blog. Traté de resumir la información lo más posible, pero reconozco que los argumentos que conseguí y deseo exponer, no los puedo desechar sin perder la esencia del mensaje que soporta mi propuesta.
Iniciando formalmente, quisiera hacerlo con la referencia a una afirmación que asevera que todos somos líderes. Si no nace, sino que se hace, todos somos líderes. En este caso, creo que la afirmación se hace reconociendo esa capacidad inherente de cada persona para influir, inspirar y guiar a otros en algún nivel.
Bajo esta premisa, todos tenemos la posibilidad de liderar en nuestras vidas cotidianas, ya sea en nuestro trabajo, en la familia que hacemos vida o en la comunidad en la que participamos.
Lo que sucede, bajo esta perspectiva, es que la universalidad de la característica «liderazgo» no la convierte en algo distintivo, porque se enfoca en el punto de que todos tenemos un papel que desempeñar y una responsabilidad para contribuir positivamente. Lo que deseo proponer, justo lo contrario, es que la característica «liderazgo» si es algo distintivo.
Por otra parte, cuando se indica que el liderazgo es una habilidad que se puede desarrollar con el tiempo, se refuerza el hecho de que no es una habilidad innata. Bajo este enfoque, algunos líderes pueden nacer con ciertas habilidades, mientras que otros las desarrollan con el tiempo. Es decir, la habilidad innata o su desarrollo con el tiempo hace que ambas opciones sean correctas.
Pero hay un detalle que, considero, hace definitivamente la diferencia: ¿cómo se explica que existan personas que se destacan desde pequeños con rasgos como ambición, energía, empatía, confianza en sí mismos, compromiso, sinceridad e integridad, a pesar de que su «historia personal», en muchos casos, es poco afortunada?
Y son aquellos que con esa misma «historia personal» se motivan a aprender y experimentar de manera persistente y disciplinada para desarrollar su potencial, que por «un no sé qué» saben que tienen y necesitan potenciar.
Saben que la formación y la experiencia que necesitan acumular son determinantes para poder convertirse en un buen líder. Aspectos clave como la adquisición de técnicas de liderazgo, toma de decisiones, comunicación efectiva y resolución de problemas, entre otras, saben que requieren para pulir su «don».
Un hecho que refuerza mi propuesta es que, así como no existen dos personas iguales, aunque físicamente los sean (como lo gemelos univitelinos), no existe una única forma de liderazgo. Lo que los unifica son los requisitos básicos: ser un referente para su equipo, medir su éxito por resultados y tener visión de futuro.
Consciente de que este tema ha sido objeto de debates durante mucho tiempo, he notado que la balanza se orienta más hacia que todos, sin excepción, pueden desarrollar habilidades de liderazgo a lo largo del tiempo. El argumento se soporta en que la educación, la experiencia y la práctica hará que «todos» se conviertan en un líder efectivo.
El argumento también se apoya en el hecho de que como el liderazgo no es simplemente un conjunto de rasgos innatos, sino una combinación de habilidades y adaptabilidad, se considera que se puede enseñar y aprender, tomando como base los programas de desarrollo de liderazgo, la mentoría y la capacitación, que han demostrado ser efectivos para mejorar esas habilidades.
En este punto, quisiera hacer una corta analogía con la parte artística (personalmente, considero al liderazgo un verdadero arte), haciendo la siguiente pregunta: El talento musical: ¿es innato o se aprende? Con base en esta interrogante, afirmo que la definición comúnmente aceptada de talento musical incluiría un rasgo innato o genético; es decir, algo con lo que nacemos.
En la próxima entrega, desarrollaré un poco más la analogía artística-musical para soportar mi propuesta y finalizaré con un cierre que, espero, cubra sus expectativas. Como siempre estaré encantado de sus amables comentarios.
Gracias por su tiempo
Autor
Arnaldo González Graterol
Autor de la competencia Liderazgo de personas y equipos
en el libro Y eso, ¿cómo se come?
Estimado @Arnaldo, este es uno de los pocos puntos en los que no coincidimos. Sin negar que hay personas que muestran signos de liderazgo desde muy temprano, también hay muchos ejemplos de personas comunes, con vidas comunes, que desarrollaron sus dotes de liderazgo en algún ámbito en particular, ya entrados en años. Acá van unos ejemplos.
Nelson Mandela.
Nelson Mandela pasó sus primeros años en un ambiente rural y solo comenzó a destacarse cuando se involucró en la política y el activismo contra el apartheid. Su liderazgo se forjó a través de su educación, sus experiencias en la cárcel y su inquebrantable compromiso con la justicia y la igualdad. Mandela se convirtió en un líder aclamado mundialmente no por sus…